TODA CLASE DE PIELES
Hace muchos muchos años, en un reino pequeño, había un castillo donde gobernaba un buen rey. Éste castillo era pequeño, al igual que sus tierras, pero a él le daba igual, porque como todo hombre de aquella época, estaba casado con una mujer, pero no una mujer cualquiera sino con la más bella que él jamás había visto.
Su esposa era igual o más buena que el rey, lo que la convertía a la vista de los demás casi en una diosa, porque no sólo era amable con los que la rodeaban, sino que vestía bien, olía bien, era guapa, era... perfecta.
Pero a pesar de ello, la vida de los reyes no era perfecta, porque a su pesar, no conseguían tener hijos, y era su mayor deseo, ellos darían cualquier cosa para tener un pequeño bebé en sus vidas. Aunque no lo conseguían, ellos no cesaron el intento, y al final, un día sin quererlo supieron que la reina estaba embarazada de una niña; esto puso muy felices a los reyes, que fueron felicitados por todo el reino y sus ciudadanos, porque iban a tener una futura reina.
Cuando llegó el día del parto, todo el mundo estaba muy nervioso, pero el rey estaba al borde de un ataque de nervios. Se paseó y se paseó por los pasillos del castillo. Y de repente oyó el llanto de un bebé, salió corriendo a verlo cuando se cruzó con un médico en la puerta de la habitación. El médico muy dolido le dijo que había tenido una preciosa niña, pero que había una mala noticia, que en el momento habían tenido problemas y su mujer había fallecido. El rey rompió a llorar y cogió a su hija en brazos jurándose a sí mismo hacer feliz a aquella niña como lo hubiera hecho la reina. La miró a los ojos y supo que debía ponerle el mismo nombre que el de su madre: Flor.
Pasaron los años y Flor era feliz junto a su padre, aunque su padre nunca le dejaba salir más allá de los muros que rodeaban los jardines del castillo.
Siguieron pasando los años y Flor seguía siendo feliz, pero notaba que le faltaba algo que la hiciera sentirse completamente llena. El rey cada vez la compraba más regalos y la intentaba animar más, pero Flor poco a poco iba apagándose, se estaba marchitando. Todas las tardes se sentaba en la ventana de su habitación para ver cómo caía el sol y se hacía de noche; entonces un día llegó a la conclusión de que tenía que salir de allí, de que se quería acercar más al Sol porque cuando lo miraba se sentía cálida, se sentía a gusto, y el sitio más cercano al Sol era se juntaba con el horizonte, la unión entre Sol y tierra.
Durante varios días el rey notaba más feliz a Flor, pero no entendía por qué de ese cambio, y le preguntó a su hija, a lo que ella le contestó:
- Ya sé lo que quiero para ser feliz.
- ¿Y qué quieres hija mía?- preguntó él.
Ella pensó que para marcharse de allí tenía que quitarse la atención de su padre, y así poder huir, por lo que decidió engañarle.
- He decidido buscar un príncipe que me despose. Pero para encontrarlo tendremos que dar un baile de tres días en el que yo estaré guapa si me regaláis tres vestidos, uno tan dorado como el Sol, otro tan plateado como la luna y otro tan brillante como las estrellas- dijo ella.
El rey no estaba muy convencido, pero como era lo que su hija necesitaba para ser feliz, cedió. Y mandó confeccionar los tres vestidos.
A los pocos días llegaron los tres vestidos, perfectos, uno tan dorado como el Sol, otro tan plateado como la luna y otro tan brillante como las estrellas. Flor se quedó paralizada, y ante las repetidas preguntas de su padre sobre los bailes, ella decidió dejar a su padre que lo planeara él.
Pero Flor le pidió otro regalo más, un abrigo de toda la clase de pieles de animales de su reino. El padre lo mandó confeccionar al igual que los otros vestidos, y el abrigo llegó a los días siguientes.
Pero no faltaba mucho para el baile, y el rey cada vez estaba más ocupado con los preparativos, así que Flor en un momento de despiste de su padre se escapó con los tres vestidos y disfrazada con el abrigo de toda clase de pieles.
Logró escapar, y puso rumbo al horizonte. Durante su viaje ella no miró atrás, porque sólo tenía un objetivo: llegar al Sol.
Pasaban los días y ella andaba y andaba, pero no surtía efecto, el Sol siempre estaba igual de lejos. Se fue poco a poco agotando hasta que se desmayó. Cuando se creía muerta, un grupo de cazadores la recogió que en un principio la había confundido con un animal muerto debido al abrigo. Despertó y vio que estaba en una habitación acompañada por alguien que no sabía quién era.
- ¿Hola?- dijo ella.
- Hola, soy Cuchillodepalo.
- ¿Cuchillodepalo?- preguntó Flor.
Entonces él le explicó que a él le llamaban así porque era el cocinero de palacio, y en ese reino todos tenían motes, nadie se llamaba por sus nombres, excepto al rey y al príncipe. Esto tranquilizó a Flor, ya que ése no era su reino y no se encontraría con el rapapolvo de su padre. Asustada por la posibilidad de tener que volver a vagabundear por las tierras y dando por perdido su plan de llegar al Sol, Flor le preguntó a Cuchillodepalo si podía quedarse allí. Así que él le respondio:
- Sí, pero sólo si me ayudas en la cocina para dar de comer a todo el palacio.
Ella aceptó, y se dedicó plenamente a cocinar y a ayudar a cuchillo de palo. Ya que se iba a quedar a vivir allí, la pusieron de nombre “Toda clase de pieles” por cómo la habían encontrado.
Un día, llegó a la cocina la noticia de que tendrían que cocinar para mucha más gente porque dentro de unos días se celebraría la fiesta para encontrar esposa al príncipe, y llegarían nobles de todos los reinos. Pero como en la fiesta que la preparaban a Flor, este tipo de fiestas duraban tres días para poder elegir mejor a la esposa o al esposo.
Llegó el primer día, y los dos cocineros estuvieron preparando comidas durante todo el día; pero según se acercaba la hora del baile, Todaclasedepieles sentía la necesidad de presentarse allí, así que le pidió permiso Cuchillodepalo, y él aceptó con la condición de que no se hiciera notar en la fiesta, y que volviera para hacer la sopa de la cena del príncipe. Ella corrió a su habitación a arreglarse y a ponerse su vestido tan dorado como el Sol, y se fue al baile. Nada más entrar todos la miraron por su belleza y al príncipe le llamó la atención, así que la invitó a bailar y estuvieron toda la noche bailando hasta que llegó la hora de la cena. Ella corrió a su habitación a quitarse el vestido para intentar llegar a hacer la cena; Cuchillodepalo la castigó con hacerle la cena al príncipe y llevárselo a su habitación por no haber vuelto con más tiempo de antelación. Así que ella hizo la sopa y se la llevó al príncipe a su habitación. Al dejársela en la habitación le echa en la sopa una pequeña rueca que tenía colgada en la cadena de su cuello. Además de encontrarse la rueca, al príncipe esa noche le gustó más de lo normal la sopa, así que bajó a ver al cocinero y preguntarle quién la había hecho, y Chuchillodepalo le dijo que él mismo la había hecho con sus propias manos.
Al día siguiente se repitió la misma operación, Todaclasedepieles pasa todo el día cocinando, y vuelve a pedir permiso para ir al baile, que le es concedido. Ella se pone su vestido tan plateado como la luna y se presenta en el baile llamando la atención del príncipe. Él no tenía más ojos que para ella y la invita otra vez a bailar. Pero otra vez a la hora de la cena ella huye, se quita el vestido, se recoge el pelo, y va a la cocina donde le vuelve a castigar Cuchillodepalo con hacer la sopa y llevársela a su habitación al príncipe. Al llegar a la habitación el príncipe se muestra muy amable, dándole las gracias; se toma la sopa y le vuelve a encantar, encontrándose una medallita que le había dejado Todaclasedepieles, así que baja a la cocina y le vuelve a preguntar al cocinero, y él le dice que sólo le ha ayudado su ayudante, pero que la había hecho él. A pesar de las afirmaciones del cocinero, el príncipe duda de si las palabras de Cuchillodepalo son verdad.
Llega el último día y Todaclasedepieles está deseando que llegue la hora del baile mientras se pasa todo el día cocinando. Al caer la noche le vuelve a pedir permiso al cocinero, y sale corriendo a su habitación, donde ella se viste con el último vestido que tenía, el vestido tan brillante como las estrellas.
Ella sabía que ése era el día en el que el príncipe escogería esposa, y ella tenía la ilusión de serlo. Al entrar en palacio, todas las luces se reflejaban en el vestido, haciéndola parecer una estrella, estaba espectacular. Todos los hombres no dejaban de mirarla y el príncipe tampoco, así que siguiendo el ritual de las noches anteriores la invitó a bailar. Ese día empezaron a hablar, y ella se dejó llevar por la conversación, lo que la despistó de controlar la hora. Se le hizo tarde y ese día tuvo que correr más que ninguno de los otros dos anteriores. Se recogió el pelo, se lavó la cara, y se puso encima el abrigo de toda clase de pieles. Tuvo que hacer la sopa muy rápido y al llevársela metió el último objeto que le quedaba, un anillo que había pertenecido a su madre.
Al entrar en la habitación el príncipe la estaba esperando para tomarse la sopa antes de que se fuera; al acabársela se encontró el anillo y se hizo el sorprendido, la quitó el abrigo de toda clase de pieles y la vio con el vestido más brillante que las estrellas.
Ella se sonrojó, y el se arrodilló y le puso el anillo mientras decia: “Este es el anillo con el que me gustaría desposarte, que te casaras conmigo, y que me hicieras el hombre más feliz del mundo”.
Ella fue conocida con la princesa Todaclasedepieles, fueron felices el resto de su vida y colorin colorado... este cuento se ha acabado.
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